La terapia floral de Bach se remonta al médico inglés Dr. Edward Bach (1886 - 1936), que fue un inmunólogo, bacteriólogo y patólogo muy conocido en su época. Durante su trabajo como asistente en el Instituto Bacteriológico del Hospital Universitario, Bach descubrió siete grupos de bacterias intestinales que, según observó, estaban estrechamente relacionadas con el desarrollo de enfermedades crónicas. Aunque estas bacterias también se encontraban en los intestinos de personas sanas, su prevalencia era significativamente mayor en pacientes con enfermedades crónicas. A modo de experimento, fabricó vacunas a partir de las cepas bacterianas aisladas de las heces de enfermos y las inyectó a los mismos pacientes, independientemente del tipo de dolencia que padecieran.
Los resultados curativos obtenidos fueron abrumadores. No sólo el estado general mejoraba de forma sostenible, sino que dolencias crónicas como la artritis, el reumatismo y los dolores de cabeza también desaparecían como consecuencia de las inyecciones. Sin embargo, algunas de ellas también provocaban reacciones dolorosas, por lo que Bach pronto empezó a buscar formas alternativas de aplicación. Más tarde entró en contacto con la homeopatía y posteriormente potenció los cultivos bacterianos.
Administraba internamente los preparados nosódicos así producidos. Los resultados obtenidos eran muy superiores a los de las inyecciones. Al mismo tiempo, la aplicación se simplificaba. Este nuevo método despertó un gran interés en los círculos médicos y se extendió a América, Alemania y muchos otros países.
Además del efecto de los preparados homeopáticos que desarrolló, Bach también se interesó por sus posibles síntomas anímicos. Se dio cuenta de que cada uno de estos grupos de bacterias tenía un efecto sobre un tipo de personalidad claramente definido. De este modo, con el tiempo, pudo deducir el grupo bacteriano predominante en el paciente y prescribir el preparado nosode adecuado simplemente observando al paciente, su comportamiento y los síntomas que presentaba.
A pesar de los inmensos éxitos curativos, Bach seguía insatisfecho con su trabajo. Por un lado, no quería trabajar permanentemente con sustancias producidas por la propia enfermedad, es decir, bacterias intestinales preparadas como vacunas o remedios homeopáticos, y buscaba alternativas a base de hierbas; por otro, veía la enfermedad como el resultado de una desarmonía entre el cuerpo y el alma humanos e investigaba formas de tratar sus causas reales en el ámbito de la mente.
Para dedicarse plenamente a la investigación, acabó por abandonar su próspera consulta en Londres y se trasladó al campo. Gracias a su acusada sensibilidad, a lo largo de seis años encontró 38 plantas cuyas vibraciones se corresponden con 38 estados arquetípicos del alma humana. Al mismo tiempo, desarrolló un método completamente nuevo para producir remedios a partir de ellas. El método estándar de potenciación utilizado en homeopatía resultó inadecuado para este fin.